Hace mucho tiempo, los hijos del bosque poseían los valles fecundos y los bosques verdes que acabaron convirtiéndose en las Tierras de los Ríos. Al igual que en el resto de Poniente, la llegada de los primeros hombres perturbó su tranquila vida y sumió a la región en una sangrienta guerra. Tras siglos de luchas, los dos pueblos se reunieron en la isla en el corazón del lago conocido como Ojo de Dioses, y establecieron un acuerdo pacífico, conocido desde entonces como el Pacto. Tal como acordaron, los hijos se retiraron a los bosques frondosos, mientras que los primeros hombres levantaron sus reinos en las tierras cedidas por aquel misterioso pueblo. Las Tierras de los Ríos vieron el nacimiento y auge de los Reyes de los Ríos y las Colinas.
En diferentes momentos a lo largo de los miles de años que siguieron, varias familias distintas gobernaron esta región. Muchas dinastías las reclamaron, incluyendo a los Fisher y los Justman, pero los más grandes fueron los reyes Mudd, los últimos de los primeros hombres en reclamar para sí las Tierras de los Ríos. Su tiempo vio un trágico final con la llegada de los ándalos. Fanáticos religiosos armados con caballos y acero, sus guerreros barrieron los reinos, cortando los arcianos, y talando los bosques para construir sus ciudades y fortalezas. Los primeros hombres, y los hijos del bosque que quedaban, lucharon contra los invasores, pero las armas de hierro y los briosos caballos demostraron ser mucho más fuertes que el vidriagón y el bronce.
En aquella época, el rey Tristifer IV, Martillo de Justicia, puso en marcha a su ejército para detener a los conquistadores extranjeros. Era un monarca sabio, con talento para la guerra. A pesar de las ventajas con las que contaban los ándalos, Tristifer consiguió derrotarlos en cada batalla. Ganó noventa y nueve batallas, pero incluso su gran poderío no fue suficiente para contener la avalancha, y en la batalla número cien cayó. Su hijo, Tristifer V, no era el hombre que fue su padre, demostrando ser inepto y débil. Los ándalos aplastaron la resistencia y acabaron con el antiguo linaje de Mudd.
En medio del vacío dejado por los antiguos regentes, los vencedores erigieron a sus propios reyezuelos, moldeando las colinas y los ríos para amoldarlos a sus territorios. Las victorias les concedieron un corto periodo de paz, ya que las Tierras de los Ríos iban a presenciar los expolios de incontables invasores, desde los Reyes Tormenta hasta los hombres del Hierro. Al final, tanto los ándalos como los últimos de los primeros hombres fueron expulsados cuando Harwyn Manodura, un letal saqueador del Hierro, conquistó la región. Derrotó a Arrec, el Rey Tormenta, y estableció su propio dominio en las fértiles tierras.
Dos generaciones más tarde, Harren, nieto de Harwyn, ordenó la construcción de un castillo descomunal, Harrenhal, como muestra de su riqueza y poder. La tarea llevó cuarenta años, y el señor demostró ser un capataz cruel y despiadado, haciendo trabajar a sus artesanos y albañiles hasta la muerte, en su ansia por ver la grotesca estructura terminada. Llegó a arruinar el reino a causa de su idea de grandeza. Irónicamente, el día en que se colocó la última piedra, Aegon el Conquistador llegó a Desembarco del Rey, comenzando la invasión que cambiaría el curso de la historia.
Al final, tras vencer a los ejércitos de la Roca y el Dominio en el Campo de Fuego, Aegon volvió la vista hacia el poderoso bastión. En su arrogancia, Harren creía que el castillo era inexpugnable, e hizo llamó a los pequeños señores que le eran leales para que acudieran en su defensa. Sin embargo, su famosa maldad le traicionó, y sus banderizos le abandonaron para unirse al caudillo Targaryen. Aun así, planteó la batalla tras los muros de Harrenhal, de manera que cuando Aegon y los dragones llegaron, estaba preparado para un largo asedio. El invasor, sin embargo, no iba a esperar. Simplemente ordenó a sus dragones bañar la estructura en fuego, derritiendo las piedras y firmando el final de Harren y de su familia.
Una vez que las Tierras de los Ríos estuvieron aseguradas, su nuevo señor las legó a uno de los primeros en unirse a él: Edmyn Tully. Esta dinastía nunca habían sido reyes, pero se sabía que eran ricos e influyentes. Fueron nombrados señores por excelencia de las Tierras de los Ríos, siempre y cuando juraran lealtad al Trono de Hierro. Durante casi trescientos años, esta casa fue uno de los más fieles partidarios de los Targaryen, pero incluso su devoción tuvo límites.
Estas antiguas obligaciones se rompieron después de que se creasen nuevos pactos con la casa Stark. Lord Hoster Tully concertó la boda entre su hija, Catelyn, y Brandon, heredero de Invernalia. Pero cuando el Rey Loco Aerys II ejecutó a Rickard Stark y a su hijo, los Tully se volvieron contra los Targaryen. La costumbre dictaba que la mujer se casara con Eddard Stark, en lugar de con su difunto hermano. Eddard ya se había unido a Robert Baratheon al declararle la guerra al rey Aerys. Lord Tully se unió a su rebelión, y su alianza quedó reforzada al prometer a su segunda hija, Lysa, a lord Jon Arryn. De esta manera, unidos a los Stark y los Arryn, comprometieron sus espadas y banderizos a la Rebelión de Robert, acabando de esta manera con el servicio que durante siglos habían prestado al Trono de Hierro.
A pesar de que la casa Tully apoyaba a la casa Baratheon, no todas sus casas leales siguieron su ejemplo. Varias de ellas, incluidas los Darry, Ryger y Goodbrook, mantuvieron sus antiguos juramentos y consideraron las acciones de Tully como una traición. Estas lucharon por el Rey Loco, pagándolo caro. Aquellos que sobrevivieron a la guerra recibieron el perdón de Robert, pero muchos perdieron sus tierras y su riqueza, e incluso hoy en día pocos se fían de ellos.
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