Al este de las Ciudades Libres, al otro lado del Bosque de Qohor, se encuentra una cadena de montañas, atravesada por multitud de pasos. Más allá se extiende el Mar Dothraki, una vasta y llana pradera, hogar de los hombres Dothraki. Habitado por manadas de perros salvajes, rebaños de caballos y llena de hierbas que suelen superar la altura de un hombre adulto, el Mar Dothraki es tan duro y difícil de navegar como los mares salados a los que se enfrentan los demás pueblos. Es tan inmenso que puede mantener a más de dos docenas de khalasars, cada uno cabalgando por sus propias rutas, y tomando lo que necesitan de la tierra a medida que pasan por ella.
Además de sus interminables campos de hierba, también tiene grandes regiones de arena. De hecho es más abundante que el agua, y los lugareños la usan para lavarse. Aun así, las llanuras no están en absoluto desprovistas de vida, y el trigo salvaje y otros cereales crecen en cantidad suficiente para poder recogerlas para el khalasar, o para cogerlas como ofrenda. Hay ríos que atraviesan la región, aunque por lo general son poco profundos y cambian con las estaciones. Y, por supuesto, una enorme montaña solitaria, la Madre de las Montañas, se alza en el centro, en la ciudad de Vaes Dothrak.
LOS DOTHRAKI
Son guerreros nómadas que se mueven por el Mar Dothraki en hordas conocidas como khalasars. Son un pueblo grande, de piel cobriza, oscuros ojos almendrados y pelo negro. No hay gordos ni débiles, ya que sólo los fuertes pueden seguir viviendo con su clan. Tienen su propio idioma y casi nunca se molestan en aprender otro. Si necesitan comunicarse con extranjeros pueden encontrar esclavos capaces de traducir las palabras dothraki a lenguas menores.
Cada khalasar está gobernado por un khal, un poderoso guerrero que dirige a su gente de la misma manera que los grandes señores de Poniente hacen con sus ciudades. Un khal lo suficientemente poderoso tiene varios kos, capitanes, a su cargo, que a su vez tienen sus propios khas, guerreros, a quienes dar órdenes. Todos estos caudillos tienen también una guardia de confianza de jinetes de sangre, que van con él a todas partes, incluso a la muerte. Si uno de estos jefes se casa, cosa que no todos hacen, la esposa se convierte en la khaleesi, una mujer honrosa y de confianza, pero que no gobierna dentro del khalasar.
Los dothraki son gentes de la naturaleza, que no quieren vivir en ciudades ni siquiera en tiendas si no hay necesidad. Si en alguna ocasión requieren de un salón de festejos o un lugar de reunión, éste se puede entretejer con la hierba alta del mar en menos de un día, y algunas tiendas de seda se guardan para evitar que la arena se introduzca entre las valiosas posesiones, pero la construcción de edificios permanentes es desconocida. Aunque antiguamente excavaban moradas en el suelo y las cubrían con techos de hierba, hace siglos que ya no lo hacen. Los dothraki creen que todas las cosas importantes en la vida de un hombre han de ocurrir al aire libre. No tienen necesidad de privacidad, y no les resulta violento copular a la vista de los demás, especialmente en una noche de fiesta.
Su pelo muestra sus logros y su honor. Cuando uno de ellos logra algo de importancia, se le permite trenzarse el pelo y añadir una campanilla. Con cada victoria que consigue, se vuelve a adornar los cabellos con algo más. La trenza nunca se corta a no ser que el portador sea derrotado, en cuyo caso se afeita por la base. Si un dothraki derrota a otro, se puede quedar con las campanillas de la trenza de su enemigo, pero el pelo cortado no se guarda. No hay ninguna deshonra en matar a otro igual, siempre y cuando sea en combate. Es habitual que en las celebraciones importantes los varones peleen por las mujeres, la posición social o un insulto, y se considera normal que algunos mueran.
Los miembros de este pueblo son saqueadores, y toman lo que necesitan de aquellos con los que se cruzan. Evitan las armaduras, que consideran de cobardes, y luchan con astucia e ingenio. Tras la batalla, los hombres piadosos matan a los compañeros heridos que no podrán volver a cabalgar, y mujeres jóvenes con cestas recogen las flechas que puedan volver a usarse. Ningún soldado de infantería merece su respeto excepto los Inmaculados, que una vez detuvieron la expansión hacia el oeste de los dothraki. Por esta misma razón nunca asaltan las ciudades de Bahía de los Esclavos, aunque son lugares muy adecuados para poder vender los esclavos capturados en sus incursiones.
Si un khal pierde el respeto de su khalasar, también perderá el mando. Si tiene un heredero, o khalakka, que pueda cabalgar, el caudillo se dirige a su muerte para poder ser incinerado con honor. Si el khalakka es demasiado joven para cabalgar, los kos luchan entre ellos para conseguir el control del clan. Una vez que se elige un nuevo jefe, el legítimo heredero es asesinado para que nunca llegue a convertirse en un rival. Ninguna mujer ha comandado nunca un khalasar.
- Dosh Khaleen
Cuando una khaleesi sobrevive a su khal, es deber de los jinetes de sangre conducirla sana y salva hasta Vaes Dothrak, para que se una a las Dosh Khaleen. Son las verdaderas gobernantes de los dothraki, ya que incluso los más poderosos de entre los caudillos obedecen sus decretos y escuchan su sabiduría. Dentro de los muros de Vaes Dothrak y a la sombra de la Madre de las Montañas, las leyes de estas consejeras son absolutas. Sus profecías dirigen a los dothraki, y es bajo su mando que la ciudad de Vaes Dothrak está en continua expansión. Se les hacen ofrendas siempre que un khalasar o una caravana visita al lugar, lo que les evita tener que buscar alimento u otros útiles para su comodidad. Se espera que los dosh khaleen nombren algún día al khal de los khals, el Semental que Cabalga el Mundo, que será quien guíe a su pueblo a conquistar todas las tierras conocidas.
- Los Jinetes de Sangre
Un khal tiene un grupo de amigos en los que confía, compañeros, guardias y vengadores conocidos como los jinetes de sangre. Estos son, en muchos aspectos, parte del propio khal, con la capacidad de compartir con él todo lo que es suyo (excepto su caballo), y llevar su honor. Sentarse a los pies de un jinete de sangre en un banquete es un gran honor. Se dirigen al khal llamándolo “sangre de mi sangre”, y éste les corresponde con el mismo tratamiento, lo que demuestra un vínculo más profundo que el de la familia o el de un caballero para con su señor.
Tan sólo el caudillo puede elegir a sus jinetes, y opta por aquellos en los que confía por encima de los demás. Un khal ha de disfrutar con la camaradería de sus jinetes de sangre, pero también debe estar seguro de que pondrían su vida por encima de cualquier otra cosa. Cuando quiere pedirle a un hombre que se convierta en uno de los suyos, el khal dice estas palabras “te pido que vivas y mueras como mi sangre, cabalgando a mi lado y librándome de todo mal”. El candidato simplemente responde “sangre de mi sangre”, y desde entonces se convierte en su jinete de sangre.
A pesar de que son completamente leales a su khal, hay ciertas cosas que éste no puede pedirles. Una khaleesi no tiene permiso para mandar sobre los jinetes de sangre, que harían caso omiso de sus órdenes. Pero tiene su propia guardia, sus khas, que sólo le son leales a ella. Si un caudillo muere antes que sus jinetes, tan sólo le sobreviven el tiempo suficiente para vengarlo. Una vez que esto está hecho, el último servicio que prestan es el de escoltar a la khaleesi a Vaes Dothrak, y después se unen a su líder en la muerte. Como resultado, un jinete de sangre nunca puede ser el sucesor de un khal.
- El Caballo
El caballo es el elemento más importante de la cultura dothraki, y es imposible entender a este pueblo sin entender esto primero. Adoran a un dios caballo, y estas bestias conforman la base de su estilo de vida. Un hombre que no puede cabalgar no es un hombre, y se le deja atrás para que muera a manos de las manadas de perros salvajes que siguen a los khalasar. Un niño que muera antes de ser capaz de montar no va a las tierras de la noche, sino que renace para poder hacerlo. Un khal puede compartir su tienda, sus posesiones e incluso su mujer con sus jinetes de sangre, pero nunca su caballo. Cuando un caudillo muere, su animal es sacrificado y puesto en la pira funeraria para que le lleve a las tierras de la noche. Lo único que temen los dothraki es el mar salado, al que llaman el Agua Envenenada, ya que los equinos no pueden beberla. Aunque no se espera que vaya a la guerra, incluso una khaleesi ha de montar un caballo que haga honor al poder y el estatus de su khal.
Su destreza como jinetes no tiene rival alguno en los caballeros de Poniente. Usan monturas más pequeñas y delgadas, que les dan más libertad de movimiento, pero que requieren una gran habilidad. Su unidad de guerra básica son los arqueros montados, y son expertos en acertar a blancos al galope con sus curvados arcos cortos. Pasan la mayor parte de sus vidas en la silla de montar, e incluso son capaces de dormir o hacer el amor mientras cabalgan. El caminar de un dothraki tiene un aire arrogante que viene de haber crecido a lomos de un caballo.
No desperdician nada de sus animales. Su carne es la preferida por este pueblo, y la leche de yegua es una bebida común. Los animales más viejos se usan para tirar de carros que transportan a los que son muy ancianos, muy jóvenes, los que están enfermos y las madres a pocos días de dar a luz. La piel se usa para hacer cuero y para los pantalones, que resultan comunes a todos los habitantes de las llanuras. Aunque los caballos tienen una posición de gran importancia y respeto, no son sentimentales con estos animales. No tienen nombre, y los que no sirven para montar se matan y se comen, usando las distintas partes para hacer útiles para el khalasar.
VAES DOTHRAK
En el centro del Mar Dothraki se alza una enorme montaña solitaria, la Madre de las Montañas. Construida alrededor de ella se encuentra Vaes Dothrak, la única ciudad de los dothraki. Es el centro de su cultura, un lugar donde todas los khalasar son uno, y donde el derramamiento de sangre está prohibido. Es el hogar de los dosh khaleen y el lugar de encuentro de la profetizada reunión de todos los integrantes de este pueblo.
A medida que uno se acerca, la gigantesca Puerta del Caballo de bronce es lo primero que se ve, con la Madre de las Montañas perfectamente centrada tras ella. Aunque la arcada alcanza los treinta metros de alto, no está unida a muros, con lo que se puede rodear sin más. Ésta es una ciudad sin murallas. Al pasar por este pórtico uno se dirige hacia el Camino de los Dioses, donde las estatuas y los símbolos de cientos de religiones diferentes se alinean en el trayecto, mostrando el vasto alcance y poder de las conquistas de los dothraki.
El Camino de los Dioses acaba en el Mercado del Oeste. Rodeado de rediles y tabernas, este laberinto de puestos y tenderetes de hierba entretejida acoge a mercaderes de las Ciudades Libres y los Siete Reinos que vienen a comerciar, más a menudo entre ellos que con los lugareños. Al otro lado de la ciudad se encuentra el Mercado del Este, con caravanas de Yi Ti, Asshai, las Tierras Sombrías, y las tierras que rodean el Mar de Jade. Como está prohibido desenvainar las armas y derramar sangre, muchas de estas agrupaciones se sirven de enormes guardias esclavos, entrenados para agarrar y estrangular a cualquier ladrón o agresor, evitando así quebrantar las leyes.
El resto de la ciudad es un amasijo de extraños estilos arquitectónicos. Dado que la leyenda dice que un día todos los dothraki vendrán a vivir a Vaes Dothrak, está en continua expansión, para hacer sitio a toda la gente de los khalasars. Como este pueblo no construye este tipo de estructuras, todo el trabajo recae en los esclavos. Apresados en diferentes partes del mundo, levantan estos edificios de la manera que conocen. Así, las amplias calles y los setos están llenos de torres de madera, salones de hierba seca, casas largas sin techo, pirámides de tierra y edificios de piedra y pabellones tallados. Ninguno está habitado, y no todos tienen mantenimiento. Según pasan los años, los dothraki continúan expandiendo el lugar, donde sólo los dosh khaleen viven de manera permanente.
Muchas de las estatuas y las obras del camino de los dioses están desfiguradas, rotas, o pertenecen a culturas y pueblos hace tiempo olvidados, incluso por sus conquistadores dothraki. Tan sólo quedan sus representaciones rotas, ciegas y mudas como testamento de su existencia.
0 comentarios:
Publicar un comentario