No se sabe con certeza cuándo comenzó el mundo, pero
eso no ha impedido que muchos maestres y eruditos busquen
la respuesta. Algunos defienden que tiene cuarenta mil años
de antigüedad, pero puede que tenga quinientos mil, o incluso
más. No está escrito en ningún libro, ya que en la primera edad
del mundo, la Era del Amanecer, los hombres no conocían la
escritura.
Lo que sí sabemos es que el mundo era mucho más primitivo
y salvaje. Estaba poblado de tribus bárbaras que vivían de lo
que obtenían de la tierra y no forjaban el metal ni domesticaban
los animales. Lo poco que conocemos de esos tiempos se
halla en los textos más antiguos que existen: crónicas escritas
por los ándalos, los valyrios y los ghiscarios, y también por los
lejanos pobladores de la legendaria Asshai. Sin embargo, por
muy antiguas que sean esas razas ya cultas, ni siquiera habían
nacido en la Era del Amanecer, así que la verdad de esos relatos
es tan esquiva como el grano en la paja.
¿Qué puede decirse con certeza sobre la Era del Amanecer?
En las tierras orientales abundaban los pueblos; eran
primitivos, como en el resto del mundo, y muy numerosos. Sin
embargo, en Poniente, desde las Tierras del Eterno Invierno
hasta las orillas del mar del Verano, solo existían dos: los hijos
del bosque y la raza conocida como los gigantes.
De los gigantes de la Era del Amanecer poco puede contarse,
ya que nadie ha recopilado sus leyendas ni su historia.
Los hombres de la Guardia explican que, según los salvajes, la
convivencia entre los hijos del bosque y los gigantes no era del
todo pacífica, pues estos, criaturas enormes y fuertes pero de
corta inteligencia, campaban a sus anchas y cogían cuanto se
les antojaba. Testimonios dignos de crédito de los exploradores
de la Guardia de la Noche, que fueron los últimos hombres en
ver gigantes, cuentan que no eran simplemente los hombres
altísimos que aparecen en los cuentos de niños, sino que además
estaban cubiertos de vello espeso.
Existen numerosos restos de tumbas de gigantes, como se
aduce en Pasajes de los muertos, un estudio sobre los túmulos
y los cementerios del Norte escrito por el maestre Kennet
mientras servía en Invernalia durante el largo reinado de
Cregan Stark. Gracias a los huesos descubiertos en el Norte
y enviados a la Ciudadela, sabemos que los gigantes podían
alcanzar una altura de cinco varas, aunque otros dicen que
cuatro se acerca más a la realidad. Los relatos de exploradores
muertos hace mucho tiempo, anotados por los maestres de la
Guardia, coinciden en que los gigantes no tejían ni construían
casas y que no conocían más armas ni herramientas que las
ramas que arrancaban de los árboles.
Gigante montado en mamut |
Los gigantes no tenían reyes ni señores; no vivían en
casas, sino en cavernas o bajo árboles altos, ni tampoco forjaban
metales ni cultivaban. Utilizan a los mamuts como monturas y probablemente como fuente de alimento. Las eras se sucedieron, el número
de hombres aumentó y los bosques se redujeron, pero ellos
continuaron siendo criaturas de la Era del Amanecer. Hoy en
día, los gigantes han desaparecido incluso de las tierras que
se extienden más allá del Muro; la última vez que se supo de
ellos fue hace más de cien años, y no son crónicas fidedignas,
sino las típicas historias que los exploradores de la Guardia
cuentan alrededor de la hoguera.
Los hijos del bosque eran en muchos sentidos lo opuesto
a los gigantes. Menudos como niños, de tez oscura y muy hermosos,
vivían de un modo que hoy calificaríamos de primitivo,
aunque eran menos bárbaros que los gigantes. No labraban
metales, pero tallaban obsidiana (ese material que el pueblo
llano llama vidriagón y los valyrios designaban con una palabra
que quería decir «fuego helado») para elaborar herramientas y
armas de caza. No tejían, pero eran muy habilidosos en la confección
de vestidos con hojas y cortezas. Fabricaban arcos con
madera de arciano y montaban trampas arrojadizas con hojas
de hierba, que tanto varones como hembras usaban para cazar.
Se dice que su música y sus canciones eran tan hermosas
como ellos, pero no queda más registro que algunos fragmentos
conservados desde la antigüedad. Reyes del Invierno, o leyendas
y linajes de los Stark de Invernalia, del maestre Childer, contiene
parte de una balada que supuestamente narra la época en la que Brandon el Constructor pidió ayuda a los hijos del bosque para
construir el Muro. Lo llevaron a un lugar secreto, y al principio
no entendía su lengua, que describió como el tintineo de un
arroyo al bañar las rocas, el susurro del viento entre las hojas
o el rumor de la lluvia al caer en el agua. Brandon aprendió el
lenguaje de los hijos del bosque; está recogido en una crónica
que no es posible repetir aquí, pero sí diremos que su lengua se
originó, o se inspiró, en los sonidos que oían a diario.
Hijo del bosque |
Los hijos del bosque adoraban a los mismos dioses anónimos que más tarde serían los de los primeros hombres: las
innumerables deidades de los arroyos, los bosques y las piedras.
Fueron los hijos quienes tallaron rostros en los arcianos, quizá
para proporcionarles ojos a los dioses y que pudieran ver como
los adoraban sus devotos. Hay quien afirma infundadamente
que los verdevidentes, los hombres sabios de los hijos del
bosque, eran capaces de ver a través de los ojos tallados de
los arcianos. Les parece prueba suficiente que los primeros
hombres también lo creyeran: el temor de que los espiaran
los empujó a talar muchos bosques de arcianos tallados para
cegar a los hijos del bosque. De todos modos, los primeros
hombres no poseían nuestros conocimientos y creían en
cosas en que sus descendientes ya no creemos. Tomemos
como ejemplo la obra del maestre Yorrick Casada con el mar:
historia de la ciudad de Puerto Blanco desde sus primeros días, en
la que se habla de los sacrificios de sangre a los dioses antiguos.
Según los predecesores del maestre Yorrick de Puerto Blanco,
dichos sacrificios continuaron celebrándose hasta hace tan
solo quinientos años.
Esto no quiere decir que los verdevidentes no conocieran
ciertas artes propias de los misterios superiores, ya perdidas,
como ver acontecimientos que sucedían muy lejos o comunicarse
de un extremo al otro del reino (al igual que hicieron
más tarde los valyrios). Sin embargo, las supuestas hazañas
de los verdevidentes tienen más de cuento ingenuo que de
realidad. No podían cambiar de forma para convertirse en
bestias, como algunos afirman, aunque eran capaces de
entenderse con los animales de un modo que nosotros
no podemos. De ahí procede su fama de cambiapieles o
de hombres bestia.
Corren muchas leyendas sobre los cambiapieles,
aunque las más comunes, traídas desde el otro lado del Muro
por los hombres de la Guardia de la Noche y recogidas hace
siglos por los septones y los maestres del propio Muro, afirman
que no solo se comunicaban con los animales, sino que
también podían dominarlos entremezclando su espíritu con el
de ellos. Los salvajes también temían a los cambiapieles, a los
que consideraban seres antinaturales aliados con las fieras. Hay
crónicas que hablan de cambiapieles que quedaron atrapados
en las bestias; otras cuentan que los animales eran capaces de
hablar como humanos cuando un cambiapieles los poseía. En
lo que coinciden todas es en que los más comunes eran los que
dominaban a lobos, y algunos hasta a lobos huargo, y así los
llamaban los salvajes: wargs.
Las leyendas afirman, además, que los verdevidentes
también podían sumergirse en el pasado y ver el futuro lejano,
pero sabemos que quienes dicen poseer estos poderes también
afirman que las visiones son confusas, a menudo engañosas, cosa que resulta muy útil cuando se quiere engatusar a los incautos.
Por mucho que los hijos del bosque poseyeran artes propias,
siempre hay que distinguir la verdad de la superstición y poner a
prueba los conocimientos hasta obtener certezas. Los misterios
superiores y las artes de la magia estaban y siguen estando más
allá de nuestra capacidad mortal de análisis.
Fueran cuales fueran sus artes, sabemos que los verdevidentes
guiaban a los hijos del bosque, y no hay duda de que
antaño habitaban desde las Tierras del Eterno Invierno hasta
las orillas del mar del Verano. Erigían hogares sencillos, sin
fortines, castillos ni ciudades; vivían en bosques, pantanos,
lagos y marismas, incluso en cavernas y colinas huecas. Se
cuenta que construían refugios con hojas y varas flexibles en
las copas de los árboles, con lo que creaban auténticos pueblos
secretos en los bosques.
Se ha creído durante mucho tiempo que lo hacían para
protegerse de depredadores como los huargos y los gatosombras,
contra los que nada valían sus sencillas armas de piedra ni sus famosos
verdevidentes. Sin embargo, otros afirman que sus mayores
enemigos eran los gigantes, como indican algunas leyendas del
Norte y como ha demostrado el maestre Kennet con el estudio
de un túmulo cerca del lago Largo, en el que se encontraron
puntas de flecha de obsidiana entre las costillas de un gigante.
Estos hechos recuerdan una canción de los salvajes transcrita en
la Historia de los Reyes-más-allá-del-Muro, del maestre Herryk,
donde se habla de los
hermanos Gendel y
Gorne, a los que llamaron
para mediar
en una disputa por
la posesión de una
caverna entre un clan
de hijos del bosque y
una familia de gigantes.
Cuentan que Gendel y
Gorne, tras descubrir
que la gruta formaba
parte de una red de
cuevas que pasaba
bajo el Muro, zanjaron
el asunto con un engaño
que logró que ambas partes
renunciaran a ella. Pero los
salvajes no saben escribir, de
modo que debemos dudar de la
veracidad de sus relatos.
Con el tiempo, a los gigantes
y los animales del bosque
se sumarían peligros mucho
mayores.
1 comentarios:
muy bueno tu blog...espero pronto tu nueva entrada.
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