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Poniente, un lugar donde los veranos pueden durar años y los inviernos toda una vida. Un mundo frágil; donde la magia y fuerzas antiguas se revuelven en el mundo conocido y en las tierras del frío eterno Más allá del Muro. Se acerca el invierno y trae helados vientos de guerra.

Historia de Dorne

Como el resto de Poniente, Dorne no desconoce la violencia, y sus tierras han sido forjadas por innumerables contiendas y guerras entre ellos y sus vecinos. Los pobladores originales del lugar fueron los primeros hombres, tras cruzar el paso terrestre que une los reinos al otro lado del mar Angosto con Poniente. Estos primeros dornienses probablemente construyeron sus asentamientos a lo largo de la costa para escapar al inmisericorde calor del sol del interior, o se asentaron en las vegas de los escasos ríos de aguas mansas que daban al mar. Equipados con armas de bronce y caballos, lucharon contra los hijos del bosque y cortaron sus arcianos allí donde los encontraron.

Las historias cuentan que los hijos trataron de detener la marcha de los primeros hombres mediante poderosos hechizos lanzados desde la Torre de los Niños, en Foso Cailin, situada lejos, en el Norte. La magia destruyó el paso terrestre, formando lo que se conocería como el Brazo Roto de Dorne y los Peldaños de Piedra, pero fue como intentar cerrar una presa que pierde agua colocando el dedo. No pudieron frenar la llegada de los invasores, y muchos menos hacer que regresaran por donde habían venido.

Con el tiempo, llegó la paz entre los primeros hombres y los hijos a lo largo de Poniente, y comenzaron a surgir los primeros reinos. Mientras los primeros hombres formaban sus dominios, la distancia que separaba a los que se asentaron aquí y a sus parientes del norte se ensanchó en más sentidos que en el de la simple lejanía. Los dornienses se dividieron en docenas de pequeños reinos y facciones militares, cada una luchando por obtener el dominio del territorio. Mientras sus conflictos se debatían en el sur, los ándalos invadían el continente en el lejano norte. Las guerras sacudieron de nuevo los reinos de los primeros hombres.

Más o menos mil años antes de que Aegon el Conquistador arribase a Desembarco del Rey, la última gran migración llegó a Poniente. Los rhoynar eran un pueblo del este, de más allá del Brazo Roto y los Peldaños de Piedra, que vivieron a lo largo del río Rhoyne, del que tomaron el nombre. Fueron un antiguo imperio, pero no sobrevivirían a la ascensión del Feudo Franco de Valyria.

A pesar de que las ciudades de los rhoynar cayeron en manos de los valyrios, su reina demostró ser su salvadora. Nymeria es a menudo recordada como la “reina-guerrera”, pero en verdad era más un líder astuto e inspirador que una soldado. Las leyendas dicen que ordenó a su pueblo tomar diez mil barcos, y les dijo que navegaran al oeste, para encontrar un nuevo dominio al otro lado del mar Angosto.

Cruzaron las aguas y tomaron tierra en la antigua Dorne. Nymeria quemó la flota para que no se dejaran vencer por la nostalgia e intentaran volver a sus tierras perdidas. Después, lideró a su gente, muchos de los cuales eran mujeres y niños, e intentó encontrar un lugar para ellos en el nuevo reino.

La reina forjó una alianza con lord Mors Martell a través del matrimonio, y la pareja inmediatamente se propuso unificar los estados en guerra bajo un solo estandarte. Lo consiguieron, y desde entonces la casa Martell se estableció como la familia gobernante de Dorne, con Mors asumiendo el título de Príncipe, al estilo rhoynar. Los lugareños aceptaron a los refugiados, pues no podían vencer a las fuerzas unidas de Mors y Nymeria. Con el tiempo, Dorne adoptaría muchas de las creencias, costumbres y valores de los recién llegados.

Los dornienses vivieron a su modo durante mil años, pero con constantes batallas sangrientas y guerras terribles con el Dominio y las Tierras de la Tormenta. Los reyes del Dominio, en ocasiones, intentaron invadir Dorne a través de las Marcas, pero todos los ejércitos extranjeros eran destruidos por la fuerza de los dornienses y, a menudo, por el calor sofocante del sol y el despiadado desierto.

El reino mantuvo su independencia hasta la época de Aegon el Conquistador. Mientras los Targaryen forjaban su nueva dinastía, los dornienses vieron a los ándalos caer y al último de los reyes del Invierno arrodillarse. Cuando Aegon giró al sur, se encontró la única tierra que no podría conquistar. Mientras que otros reyes y señores habían salido a presentar batalla al invasor o se habían refugiado en castillos, los dornienses simplemente se dispersaban. Los dragones incineraban a los norteños en las llanuras o en sus fortalezas de piedra, pero estas gentes no se dejarían conducir a una batalla en campo abierto, ni se encerrarían en una edificación que pudiera convertirse en una pira. En vez de eso, recurrían a emboscadas e incursiones, actuando con rapidez y dispersándose por el desierto o en los pasos de montaña, donde ni las bestias aladas podían encontrarles. Con el tiempo, Aegon abandonó el lugar.

Fue una paz difícil, dado que los dornienses sabían que la sed conquista corría por las venas de los Targaryen. Sus temores se hicieron realidad cuando Daeron I, el Niño Rey, lideró un ejército enorme hacia el sur, unos ciento cincuenta años después de que Aegon lo abandonara. El nuevo invasor logró lo que su antecesor no había podido hacer: conquistó a estas gentes feroces y las puso a sus pies, aunque el coste fue tremendo. Cuarenta mil soldados dieron su vida por este sueño. El Niño Rey, además, no pudo conservarlo. Y cuando su leal gobernador, un señor Tyrell, fue asesinado, el territorio entero se levantó en armas, asesinando a los guerreros Targaryen y haciéndoles huir de sus tierras.

No fue hasta el noble sacrificio del rey Baelor el Bendito, hermano de Daeron I, que los dornienses sucumbieron finalmente a los Targaryen. Baelor caminó Sendahueso descalzo, rescató a su primo Aemon, el Caballero Dragón, de un nido de víboras, y fue mordido innumerables veces. Su noble sacrificio y su gran piedad crearon el escenario para que Dorne se uniera a los Siete Reinos, lo que se consiguió finalmente cuando Daeron II, el Conciliador, se casó con la princesa Myriah Martell. Este matrimonio aseguró una larga paz, que ser vería reforzada con el enlace entre la hermana de Daeron II y el príncipe Maron Martell.

En los años que siguieron, Dorne se mantuvo la paz, y las incursiones a las Marcas descendieron e incluso se detuvieron en ocasiones, aunque nunca del completo. Cuando se les pidió ayuda, los dornienses se pusieron del lado del Trono de Hierro en sus luchas contra el último de los pretendientes Fuegoscuro, luchando en la Guerra de los Reyes Nuevepeniques y prestando barcos y soldados contra la amenaza que se cernía sobre el linaje Targaryen. Su lealtad, sin embargo, apenas sería recordada en los oscuros años que estaban por llegar.

Desde los acuerdos de matrimonio que unieron Dorne y los Siete Reinos, los Targaryen continuaron desposando princesas sureñas con frecuencia. Cuando el príncipe Rhaegar llegó a la mayoría de edad, el rey Aerys rechazó a la joven Cersei Lannister, ofrecida por un ambicioso Tywin y, en vez de eso, casó a su hijo con la princesa Elia, hermana del heredero Doran Martell. Aunque cumplió con su deber, siendo padre de dos hijos con su esposa, Rhaegar se enamoró de Lyanna Stark, y su falta de juicio precipitó la guerra que acabaría con el linaje Targaryen como reyes de Poniente, y con la vida de la princesa Elia y de sus hijos, que morirían en el saqueo de Desembarco del Rey.

Cuando la noticia de la muerte de Elia alcanzó Lanza del Sol, el príncipe Oberyn intentó que Dorne se alzase a favor del exiliado príncipe Viserys, pero lord Jon Arryn fue al sur aquel mismo año, en una misión para el nuevo rey, Robert Baratheon. Jon contestó todo lo que pudo sobre la muerte de Elia. Se desconoce qué sucedió durante las charlas privadas entre el príncipe Martell y lord Arryn, pero cuando éste se fue, las voces clamando la guerra se habían apagado. Aún así, las rencillas, especialmente en Dorne, no se olvidan fácilmente, y muchos están buscando la mínima excusa para derramar sangre.

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